Es la Medicina la más noble entré todas las artes; mas, por la ignorancia de quienes la ejercen y de los que juzgan de ella con ligereza, ha venido a ser colocada en el postrer lugar. Entiendo que la causa de tan equivocado juicio es el no tener en las ciudades el mal ejercicio de la Medicina otro castigo que la falta de consideración, pena que no afecta a los individuos que hacen de ella un modo de vivir.
Aseméjanse éstos a los personajes de las comedias; una vez que, del mismo modo que los actores representan en traje y figura sin ver lo que aquéllos son, igualmente, es por el nombre y no por los hechos por lo que nuestros médicos se lo llaman.
Quien se consagra con afán al estudio de la Medicina, forzosamente ha de reunir las condiciones siguientes: disposición natural, enseñanza, lugar oportuno, instrucción desde la niñez, amor al trabajo y actividad. Principalmente necesita contar con disposiciones naturales; todo es en vano cuando se pretende forzar la Naturaleza; pero cuando ella por sí misma camina por buena senda, principia entonces verdaderamente la enseñanza del arte, que, con la reflexión, el discípulo viene obligado a apropiarse, comenzando desde aquella edad juvenil y tierna y encontrándose en lugar a propósito para la enseñanza y aprendizaje.
Necesario es, a más de esto, consagrar a la 1abor mucho espacio de tiempo para que, arraigándose los conocimientos profundamente, den sus sazonados y abundantes frutos.
Así es, en efecto el cultivo de las plantas, y lo mismo la enseñanza de la Medicina.
Nuestra disposición natural es el terreno; los preceptos de los maestros la tela; la instrucción comienza desde la infancia, y ésta es la sementera hecha en tiempo conveniente; el sitio en que se da la instrucción es el aire de que los vegetales toman su alimento; el estudio continuo es la mano de obra; el tiempo, en fin, lo fortalece todo hasta la edad madura.
Ved, pues, las necesarias condiciones que importa reunir para el estudio de la Medicina ; los conocimientos profundos que es preciso adquirir, si se quiere, al recorrer las ciudades ejerciéndola, lograr la reputación de médico, no sólo en el nombre, sino como práctico. La impericia es una mala propiedad, un mal arraigo para los que la poseen: sin alcanzar confianza ni satisfacción, engendra timidez y temeridad: la primera descubre la falta de energía, y la segunda la inexperiencia.
Hay en verdad dos cosas diferentes: saber y creer que se sabe. La ciencia consiste en saber; en creer que se sabe está la ignorancia. Mas las cosas santas, sólo a los hombres santos se revelan y le está vedado comunicarlas a los profanos, en tanto que en los misterios de la Ciencia consigan iniciarse.
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